La llegada del cine al mundo en el París de 1896 se esperaba con expectación, no irrumpió por sorpresa en ese siglo trepidante de inventos; lo que no sabían entonces es hasta qué punto venía para quedarse, ni que iba a convertirse en el arte más popular del siglo XX. Los hermanos Lumière habían estado gestando La salida de los obreros de la fábrica, que ha pasado a la historia como la primera película en movimiento, aunque haya otras que reclaman ese puesto de honor. Atraído por todo lo novedoso, artístico y culto que prometía París, andaba por allí esos días un aragonés llamado Segundo de Chomón que quedó fascinado por el cinematógrafo, quizás tanto como por una actriz a la que había visto en el teatro, y de la que se enamoró. Se llamaba Julienne Mathieu y sería su compañera para el resto de sus días, actriz en muchas de sus películas y colega imprescindible en todo su genial trabajo creativo en los albores del cine. Julienne y Segundo se casaron al poco tiempo y en 1897 nació su hijo.
Se estrena estos días El hombre que quiso ser Segundo, la historia de Segundo de Chomón jamás contada, proclama el cartel, en la que seguimos los pasos de su director, Ramón Alòs (interpretado por Enrico Vecchi) mientras bucea en la vida de Chomón empeñado en rescatarlo del injusto olvido. Con él nos remontamos a 1871 en Teruel, donde la señora Chomón da a luz a su primer hijo; el padre de la criatura, médico, decide llamarle Primo; unos minutos más tarde nace para sorpresa de todos un hermano gemelo, al que llaman Segundo. La película juega con las luces y sombras de la relación entre Primo y Segundo basándose en la correspondencia que los hermanos mantuvieron a lo largo del tiempo, y trata de desvelar un enigma que yo aquí no voy a revelar. Tras una elipsis de veinticinco años nos sitúa en París con Segundo. Su vida con Julienne y el niño se ve pronto interrumpida por la llamada a filas en la guerra de Cuba. Imágenes de archivo y algunos recursos tomados prestados del propio Chomón ilustran las vicisitudes de Primo y Segundo en la guerra, éste como telegrafista gracias a sus estudios de ingeniería. En 1899 Segundo vuelve a Francia, trae en el corazón una deuda contraída con su gemelo, Primo, su otro lado de la moneda.
A su vuelta Segundo se encontró con que Julienne había cambiado el teatro por el cine, donde no solo actuaba, además tenía un papel importante en el taller de coloreado a mano de películas fotograma a fotograma fundado por Georges Méliès en 1897. Chomón admiró a Méliès como artista desde el momento en que empezó a trabajar en el taller y le entró el gusanillo de lo que sería la obsesión de su vida: el cine en color. Al poco tiempo ya había ideado un revolucionario sistema de coloreado conocido con el nombre de «pochoir». De la mano de Méliès trabajó algún tiempo en un estudio de coloreado de fotogramas en Barcelona, siempre innovando y con voz propia. En Choque de trenes, Gulliver en el país de los gigantes, Una barba rebelde, Eclipse de sol, Buceador fantástico introducía trucajes y maquetas nunca vistas hasta entonces en producciones españolas. Su sistema de coloreado fue evolucionando hasta ser patentado con la denominación Pathécolor por la poderosísima empresa de los hermanos Pathé y estos aprovecharon esa colaboración para competir contra Méliès, que triunfaba en toda Europa. Trabajase para Pathé, con otros directores o para sí mismo, Chomón demostró ser maestro de trucajes, efectos especiales, iluminación, elipsis y montaje paralelo, con películas prodigiosas, El hotel eléctrico, Una excursión incoherente, de un surrealismo precursor de Buñuel, o sus fantasmagorías. Fue el padre del travelling en interiores y realizó cientos de cortos y mediometrajes de animación empleando por primera vez el método de muñecos articulados. Sin duda contribuyó en gran medida a crear el lenguaje cinematográfico que conocemos hoy.
Pero llegó el momento en que el cine fantástico dejaba de interesar, los gustos de los espectadores se inclinaban más por el film d’art, se exigían otras narrativas, y la casa Pathé no renovó el contrato a Chomón. En 1912 Segundo aceptó la oferta de Itala Films, de Giovanni Pastrone, en Turin para trabajar como operador técnico en efectos especiales, por cierto con unos honorarios astronómicos para la época. Con Pastrone brilló su trabajo en la iluminación, el uso del travelling y efectos visuales para la famosa superproducción Cabiria (1914). Italia entró en la gran guerra al año siguiente y los estudios fueron reconvertidos en hospital. Cambió el mundo y el cine con él, pero las inquietudes y la actividad de Chomón nunca cesaron. En 1923 los Chomón volvieron a París a colaborar con el ingeniero suizo Zollinger en un sistema de color por el que obtuvo la medalla de oro de la Exposición Internacional de Fotografía, Óptica y Cinematografía de Turín. Y tres años más tarde intervino en el rodaje de la superproducción del cine francés Napoleón, de Abel Gance. Conjugando ficción y realidad, incorporando testimonios de expertos entrevistados y salpicada de fragmentos de las películas, El hombre que quiso ser Segundo rinde debido homenaje no solo al gran mago del celuloide, también a los cientos de cineastas de nombres olvidados que derrocharon su talento al servicio del cinematógrafo.